Por Eugenio Astesiano
Un día iba a pasar: se terminó el Mundial de Japón. Un Mundial que ha sido distinto. Muy distinto a todo lo anterior. Con todo previsto aún para las situaciones más caóticas. Porque en Japón nada se sale de control. Allí, nada altera el ritmo. Nada se modifica. Todo tiene su tiempo acordado. Nada es al azar. Japón es el lugar en el que la palabra «improvisar», no existe y donde la palabra «protocolo» tiene cuantas acepciones quiera tener. Todo estaba previsto, firmado y diagramado de antemano.
Japón: donde no hay casas o edificios, hay parkings o arrozales. No hay extensiones de tierra sin viviendas. Una, ocho, cien o miles. Eso, en su relativamente escaso terreno habitable. Y atención, Nihhon es grande. Muy grande. Del tamaño de Alemania. Al mismo tiempo, en octubre, afloran el clima subtropical templado y el de la estepa siberiana. All in one country.
En Japón saben que pueden organizar lo que quieran. Si Estados Unidos es la Meca del show, Japón es la de la organización, el respeto y la seguridad. Nunca nadie se sintió tan seguro como allí. Sin dudas. Pero, no hay que idealizar. La inmigración es escasa y sobre el trato que suelen recibir, coinciden un entrenador neozelandés que lleva veintiocho años allí, una mexicana hija de japoneses con buen pasar económico y un cajero de Bangladesh que en un inglés más rudimentario que su japonés, explica lo duro que se hace sobrellevar la situación.
Organización. Al mismo tiempo convivieron un Mundial de Rugby, un Mundial de Voley (dos, de hecho), el béisbol de su importantísima liga profesional local, no uno sino varios tifones (Hagibis, el 19 de la temporada, fue un huracán de categoría 5 que se cobró más de ochenta víctimas), inundaciones, deslizamientos, un cambio de emperador (y Era)… todo, bajo un estricto y riguroso sistema ordenado y protocolizado que permitió que las cosas funcionaran casi inmediatamente y sin alteraciones -en apenas horas- en lo que a otros países le demandaría meses. O años.
Nos guste más o menos, ese orden estricto y extremo, esa exigencia a prueba de errores, a ellos les funciona. Y vaya si les funciona. No, no nos cabe en nuestra cabeza latina. Y también les cuesta a los anglosajones entender y adaptarse. Pero a los japoneses, les funciona.
Allí, «no» es «no», las 19:23 son las 19:23 y una luz roja para el peatón -en una esquina cualquiera de una calle común en la madrugada de un lunes lluvioso, en una ciudad pequeña donde hace algunas horas ya no circulan autos- es una luz roja y ese señor no va a cruzarla, aunque se esté mojando. Quien lo mira incrédulo tampoco pero por pudor, no por convencimiento.
Por demás, jugaron un gran rugby. Victorias ante Irlanda y Escocia -enormes ambas- acompañaron su andar. La clasificación a Cuartos de Final fue un premio sensacional a un rugby que toma riesgos, porque así es como juegan y así es como han conseguido sus éxitos recientes.
Rugby. Sudáfrica fue campeón -merecido- después de una final en la que literalmente, le hizo a Inglaterra lo mismo que Inglaterra le hizo a Nueva Zelanda en la semifinal. Lo había advertido Warren Gatland días atrás y sólo recibió burlas de Eddie Jones. Ganarle a los All Blacks no es ganar un Mundial, Eddie.
Gales. Gatland le planteó un partido de igual a igual al campeón -contra todos los pronósticos- y casi se lo gana. Gales fue cuarto. Convendría hablar en algún momento de este equipo, de su Mundial, de sus meses anteriores al mundial, de sus lesionados antes y durante, de Rob Howley… de la subestimación constante. Fue el final de la era de Gats al frente de Gales. ¿Se podría haber ido mejor? Si. O no… Parece poco lo que hizo, pero fue mucho. Muchísimo, tal vez. «This is my truth tell me yours» dijeron los Manic Street Preachers alguna vez. Le cabe a Gatland para sus doce años al frente del equipo. Y quién lo duda, a Alun Wyn Jones. A los dos les queda aún por delante una bala de plata: British & Irish Lions 2021. No falta tanto.
Nueva Zelanda. ¿Que fue tercero? ¿Y qué? Seguirá reinando en el rugby, siempre. ¿Que el ranking no opina lo mismo? El ranking no es el rugby. El ranking es matemáticas. El rugby, el juego, es otra cosa. Cuando juega, nadie juega mejor. Sienta precedentes. Es lo que hace grande, imprescindible a Nueva Zelanda. No a los All Blacks. A Nueva Zelanda. Nueva Zelanda es Tew, Hansen, Foster, Gatland, Schmidt, Pivac, Mitchell… es el universo de jugadores a disposición para muchos países, es su organización deportiva, su pathway. Los All Blacks son una parte vital de ese pathway, pero hay mucho más. Steve Hansen, su staff y su grupo de líderes, dejaron su huella indeleble en este deporte. Kieran Read, Ryan Crotty, Sonny Bill Williams, Ben Smith, Matt Todd. Curiosamente, todos menos uno tienen un denominador común: Crusaders. Y es por eso que Nueva Zelanda no es -solamente- los All Blacks.
Inglaterra. Fue, es y será una potencia. Las Libras disponibles y de a millones le otorgan un plus que nadie más ostenta. Underhill y Curry. Ford y Farrell. Watson y May. Marler y su histrionismo. Itoje y su ego. Eddie Jones y su lengua. Varias parejas han hecho un Mundial memorable. Es innegable que iban por la Webb Ellis y estuvieron muy cerca y muy lejos a la vez. Ante Tonga y ante Sudáfrica, en los extremos de la competencia, el equipo no pudo, no supo o no encontró cómo. En los cuatro partidos del medio, sí. Y jugó sin ataduras, con mucha convicción, intensidad y aplomo. Con la confianza a tope, casi sobrados, rozando la subestimación en algunos momentos. Sin dudas su partido ante los All Blacks es una lección de rugby sin pelota.
Sudáfrica. Muchas cosas rotas. Prejuicios, en primer lugar. El proceso de Rassie Erasmus al frente del equipo ha sido de «solo» dos años. La reconstrucción tuvo muchas aristas. la primera, la confianza del entrenador en volver a las bases para empezar desde un lugar que sea conocido para todos. Si Nueva Zelanda es imprescindible en el mundo del rugby, Sudáfrica también lo es. Son el Ying y el Yang. Se necesitan y se los necesita. Aparacieron los líderes adentro de la cancha y apareció la mística. El capitán hizo su rol y los líderes también estuvieron ahí. Eso, fuera de la cancha. Allí, el silencio, el no alarde, la sumisión al trabajo y la seriedad para afrontar el Mundial estuvieron por delante de todo y todos. Muchos levantaron la mano para que el equipo fluyera en la cancha y una figura fue la que sintetizó el espíritu Springbok: Schalk Brits. Retirado, respondió al llamado de Erasmus para que lo ayudase en la reconstrucción y se convirtió en alma mater, en guía.
Sudáfrica rompió mitos: es el primer equipo que sale campeón del mundo tras perder un partido en la fase de grupos. También es el primer equipo que sale campeón tras haber ganado el Rugby Championship del mismo año. Handré Pollard se suma al club de los campeones del mundo en juveniles y mayores. Y se suma al club de los que mantienen la cabeza fría en momentos claves. Fue EL Mundial de la consagración de Piet Steph du Toit como el mejor de todos y también, el Mundial que demostró que muchas veces, más que los centímetros, los kilos y los bíceps, el músculo más importante de todos sigue siendo el cerebro: Faf de Klerk y Cheslin Kolbe dieron cátedra en la cancha. Por cierto, Agustín Pichot hizo lo suyo fuera de ella. Las reuniones entre dirigentes de alto rango del universo rugbístico durante el Mundial lo ponen en carrera a la presidencia de World Rugby. El tema ya estaba encaminado en mayo pasado, pero está ahora oficializado.
El buen desempeño de varios equipos emergentes -así se dice ahora- pide a gritos nueva, más y mejor competencia para que puedan evolucionar. Eso no hace más que darle la derecha al ex medioscrum de Los Pumas en su búsqueda de unificar y encolumnar un calendario más justo, equitativo y colaborativo para todos en el rugby. ¿Eso va en contra de los millones de los fondos de inversión que van por la Premiership, el Pro14 y el Seis Naciones? Y… al parecer, sí. Pero al final del día, todo se solucionará por la vía de los millones. Equilibrar finanzas. Oferta y demanda. Algo que deje a todos más o menos contentos y que será, en definitiva, lo que termine de inclinar la balanza para un lado o para el otro cuando se cierren las listas para las candidaturas. Todo parece indicar que será Pichot – Laporte vs el eje británico. Lejos de ser Tirios v Troyanos, acá no hay nada irreconciliable. Todo se puede acordar. Simplemente, hay que esperar y ver.
Uruguay. Fiel representante del lote emergente, ganó mucho más que un partido ante Fiji. Que además, no fue su mejor partido ni mucho menos. Fue un partido intenso, de dientes apretados, de tomar cada chance, de confiar en lo planificado. Pero visto luego el primer tiempo contra Australia y el partido ante Gales, estos dos, antes las dos potencias, fueron mucho mejores en el conjunto que la victoria ante los isleños. Obviamente, el impulso y el shock de ese triunfo fue determinante. Con buena parte del objetivo deportivo primario cumplido, el llegar al Consejo de World Rugby es otro de los logros destacables que no debe tomarse a la ligera. Uruguay fue un equipo encolumnado detrás de una frase. «Shockear al mundo» fue el norte de todo un staff completo y los treinta y un jugadores, completamente alineados. Un grupo de líderes con una positividad fuera de plano mensurable. Mente, cuerpo, estrategia, tácticas, humildad, confianza y convicción a toda prueba. Muchas historias diferentes, conmovedoras algunas, increíbles otras y otras mejores pero sin alardes, todas entrelazadas, le dieron al equipo celeste una fuerza especial. Distinta. «Mana«, que podríamos decir en Maorí.
Argentina. Argentina… Es difícil pensar en qué se habría podido leer por ahí si ese drop de Camille López no pasaba por el medio de la H. Si al menos algo podemos creer es que habría habido muchos menos diarios del lunes. En el Grupo «de la muerte» siempre hubiera sido mejor morir peleando todas las pelotas que dejándose morir de a poco. Nunca el tema es perder, es cómo se elige perder. Uno de los puntos que se puede señalar es uno que ya se había señalado oportunamente y fue estratégico: ceñir todo a un sólo partido, como si después de eso (Francia) no hubiera un mañana. Un Mundial no puede o no debería ceñirse al resultado de un solo partido. En otras cosas que se buscaban mejorar casi desesperadamente, se mejoró. El scrum funcionó mucho mejor, pero como eso solo no gana partidos, en otras cosas que el equipo estaba mejor o al menos, era más confiable (su defensa, su ataque, su juego con el pie) en eso fue menos eficiente. Pero donde más cayó el equipo fue en la confianza en sí mismo. No creyeron posible que era posible ganarle a Inglaterra. Los Pumas fueron una montaña rusa de emociones y rendimientos grupales e individuales. Picos y valles en muchos aspectos durante la competencia. Y un poco antes, también.
Domo arigatou gozaimasu Japón. Ha sido un Mundial distinto, con muchas lecciones aprendidas. Eso entusiasma, porque lo que veremos seguramente será mejor que lo que vimos.
Crédito foto portada: Francois Nel, para World Rugby/ Getty